REVISTILLA SANROQUEÑA

miércoles, 11 de febrero de 2009

Este cuento va dedicado a un niño que tenía miedo de los gatos.
MI GATO "Bni (Benito)".
Un gato corriente, de color "blanco y negro", de ahí su nombre BN, con el diminutivo -ito-, por haberlo recogido, con días, de una clínica veterinaria, depositado allí para ser adoptado, junto con cinco hermanos más (blancos, grises, negros) Pero este era el único de la camada con los dos colores. Yo me traje este blanco y negro de abundante pelo y rabo gordo -como plumero-, una bolita preciosa.
El caso es que Benito, se hizo un gato grande y lustroso que gustaba a todas las gatas del entorno. Lo que le acarreo un sin fin de problemas con el resto de machos que cortejaban a su vez a estas gatas en celo.
De vez en cuando se escuchaban peleas entre ellos por conseguir los favores de esa preciosa gata que maullaba anunciando su felino apetito procreador.
Días enteros de "juerga" fuera de casa; de noches esperando verle aparecer de nuevo por casa a recoger su ración de comida, como hacia todos los días; pero que en esta ocasión no se acercaba a por su ración diaria.
A veces pensaba desesperado: ¡Me lo han quitado..., como es tan bonito! ¡Se lo han llevado! La pena de perderlo me hacía salir de casa y silvándole de la forma en que lo había acostumbrado a llamarle. Pero nada, y así hasta tres días sin dar señales de vida; hasta que una noche, me estaba esperando, tumbado a la puerta de entrada de la parcela, una pequeña finca donde vivo; famélico, delgado, sucio, herido, con hambre, pero con la alegría de saberse protegido por mi. En el momento en que oyó el ruido de mi coche se puso en pié y maullando desesperadamente, me saludo enredándose, rozándose contra mis piernas, reclamando mi atención. Lo abracé, lo acaricié como si de una persona se tratara y lo estreché entre mis brazos como si de "su padre felino" me considerara. Comido y limpio se relajó de nuevo entre mis pies y durmió tranquilo, ronroneando sin parar.
Benito, un gato tranquilo, límpido, y de pelaje brillante, gusta a todos nuestro amigos y a los amigos de mis hijos. Sabe quien le acaricia con intención de hacerle llegar lo que les gusta o les asombra de su convivencia -desde que llegó a casa- con un perro rottwailer que vive también con nosotros. Desde ese mismo instante enseñé a Cromwell -que así se llama el perro-, a respetar a ese gato "especial" y especialmente que, entraba en casa a partir de ahora, con nosotros.
Sinembargo, así como deja cogerse por algún niño, también le huye a otros más traviesos que desean echarlo al agua, cogerlo por la rabo o hacerle cualquier otra travesura. ¿Como reconoce las intenciones de unos y otros? Alguna vez, éstos me dicen: "¿por qué no juega conmigo?..." Y yo les contesto..., en especial a una niña: "Es que te teme, Andreita...". Esta chica es de las que, ¡con seis años que tiene! se mete en todas las conversaciones de los mayores, opinando como una más de ellos; que se tira de sopetón a la piscina, cuando tu estás tranquilamente relajado y, de buenas a primeras, te encuentras que estás en una masa informe de agua, espuma y... "Una niña encima de tu cuello" pidiéndote que la levantes y la eches por los aires o que la tires al agua, una vez y otra, desde tus hombros... O que, llegada una cierta hora, dice: "Yo quiero merendar" y se cuela en la cocina, cogiendo cualquier dulce o chocolatina... y vuelta a lo mismo. En fin que no es de extrañar que Benito le huya.
Hoy día, pasados cinco años con nosotros, aún sigue llegando a los dos o tres días, después de entablar batalla contra el resto de gatos del lugar; nuevamente herido, delgado y con hambre.
Esta última vez traía una profunda herida, con desgarro, debajo de la oreja izquierda. Se presenta delante de mi y maúlla de una forma diferente, como diciéndome que le cure.
Una vez arreglado, en lo posible, come hasta hartarse y se acuesta afuera, en la alfombra o en su sillón preferido, que hay en el garaje, y así toda la mañana, hasta que llega la tarde y vuelve a pedir comida a la puerta de la casa, pasando por encima del perro, con su maullido específico de: "¡aquí estoy!, ¡dadme de comer!". Es un personaje de historieta -como Pumby-.
Cómo juega con uno de mis hijos, echándose de espalda al suelo enseñándole su peluda barriga blanca, para que éste le acaricie al igual que le hace el perro. ¡Menuda pareja! can y felino juntos, compartiendo a veces esterilla donde dormir, al sol y sombra de la caseta de Cromwell. Comiendo -con mucho cuidado, eso sí- de su pienso. ¡Son excepcionales!
Así pues, esta pareja de animales que nos acompañan, especialmente a mí, me han demostrado a lo largo de estos años, en los que yo me encontraba muy mal física y psicológicamente.
Primero el perro, que me ayudó a salir de ese pozo, profundo y negro en el que la mente nos lleva alguna vez; acompañándome en las interminables mañanas, durante dos larguísimos años, sentado al sol, reflexionando sobre mi vida, diciéndome con su mirada y cabezazos a modo de llamadas, cosas que -pensaba yo, afortunadamente- serían disuasorias de mis nefastas intenciones para conmigo. Y luego, una vez repuesto, la presencia de "ese gato" al que cariñosamente le digo "El gato andaluz" al referirme a él y del cual tomo mi seudónimo, hicieron uno y otro una labor encomiable de amistad, compañía y cariños compartidos, que cuando "era pequeño no supe apreciar".
Hasta la próxima.
EL GATO ANDALUZ. 11-02-2009